miércoles, 9 de abril de 2014

Laura

No pudieron hacer nada, los empleados, los transeúntes y los paramédicos que habían arribado hace unos minutos. Laura había fallecido, el paramédico registró la hora: las tres y veinte de la tarde, posible ataque cardiaco, el médico forense aclararía todas las dudas después de la autopsia. Poco a poco se fueron yendo los curiosos, la gente se entristeció por la cruda escena, una mujer tan bella>> -decían-, los rayos de sol iluminaban sus cabellos aún con apariencia de seguir perteneciendo a algo vivo, su cuerpo aún estaba tibio y era un cuerpo bello, un cuerpo muy bello>> pensó uno de los paramédicos. La subieron a la camilla y le pusieron una tela color aluminio encima, la subieron a la ambulancia y se marcharon con las sirenas apagadas. En el Luckys Market los empleados volvieron a sus labores, Ángela y Carlos fueron los más afectados, cruzaron miradas camino a la bodega de insumos y no dijeron nada. Ellos habían intentado auxiliar a la mujer hace apenas veinte minutos, cuando presas del pánico la habían visto caer al suelo con las primeras convulsiones. En la bodega, Ángela se digirió a Carlos despacio y lo abrazó, fue un abrazo muy leve, pero él pudo sentir su calor entre el aroma de los detergentes y los jabones de olor. -Tranquila cariño –dijo- con una voz desmayada -La muerte es algo horrible –dijo Ángela -Lo sé mi vida, es horrible, si tan sólo estuviéramos preparados -Nadie lo está, la gente lo olvida, es para ellos una visión lejana -Menos cuando sucede con alguien cercano, entonces lo recuerdan -Lo recuerdan pero lo olvidan -Sí, es verdad -Si al menos les sirviera para apreciar más la vida -Hoy la aprecio más cariño –dijo Carlos besándola en el cuello- -Yo también, es una suerte que aún estemos aquí, al menos nos tenemos el uno al otro -Eso, es lo más importante mi vida. Ahora, a trabajar, falta poco para el fin de nuestro turno, y no quiero que el supervisor Jenkins nos amoneste de nuevo, ayer llegamos diez minutos tarde -Ok –dijo Ángela sonriendo- pero fue por tu culpa dormilón Siguieron con sus labores, Carlos comenzó a fregar el piso, mientras Ángela ordenaba unas camisetas recién llegadas en las perchas. El supervisor Jenkins, a quien sus amigos llamaban Alf de apodo, entró en su oficina y comenzó a organizar papeles, órdenes de compra, facturas, notas de créditos, y certificados bancarios. Se sintió triste y recordó la forma en que la mujer lo había visto al llegar a la tienda. Ese cabello castaño iluminado por el sol de la tarde, esos ojazos negros y las caderas, ¡que caderas!, sintió una corriente eléctrica subiéndole por la espalda, recordó fugazmente a su primera esposa Susan. Susan la diabla, Susan la piadosa, Susan la que se quedó con la casa y la que casi lo deja en la ruina ¡Hay pero si sabias amar mujer! eso sí que sabias. Se levantó y fue hacia la pequeña nevera de la oficina, cogió una Budweiser, la abrió y tomó un trago largo. Dejó de pensar en Susan, porque sabía que ella no pensaba en él, al menos, no en esa forma, fue hacia la ventana y miró por medio de las persianas. Abajo los empleados ordenaban la mercadería, limpiaban el piso, caminaban de un lado a otro apurados. Recordó sus años de empleado también ordenando cajas, mirando el reloj, ansioso por la hora de salida. Nunca le había gustado ese trabajo, y el que ahora tenía, tampoco; pero bueno, había que sobrevivir –pensó- la sociedad nos usa hasta que estamos acabados, todo es como una gran circo, o como vivir dentro de una novela, uno toma un papel y lo cumple, sólo que no sabes que actúas. El Gran Circo, como decía su padre, o coges un papel o mueres. Tenía razón el viejo, aunque siempre le hablaba cuando tenía el cerebro pulverizado por coñac, aparte de eso, en cierta medida tenía la razón. Y también no la tenía porque eran los papeles los que te mataban, poco a poco. Pensó en Sartre y en Camus, luego decidió pensar en otra cosa, se tomó otro trago de cerveza y fue hacia la salida de atrás, bajó las escaleras, se dirigió al parking, encendió el auto, puso la cerveza en el asiento del copiloto y se marchó sin saber siquiera adonde. FIN Escrito por Vladimir Chévez 18 de marzo del 2014.